La Tsirley
A la Tsirley la conocí en el primer Trío que hice en mi vida, cuando era frutita fresca, a decir de un conocido cachalote. ¿De qué otra manera podría comenzar la historia?
Si hay cosas que parecen haber estado predestinadas, el haber conocido a la Tsirley es un buen ejemplo. Nuestra relación siempre ha sido un clásico del tipo amor-odio.
Cuando conocí a la Tsirley era varoncito -si, no se asusten y puede que muchos no me lo crean pero era- aunque después que conociera al cachalote, en la disco gay a la cual lo lleve por primera vez, absorvió por ósmosis todas las mariconadas y se convirtió en la mujercita que todos conocemos. Por eso hay leyes que impiden crear vámpiros tan jóvenes.
A la Tsirley le dicen así, en virtud de su enorme parecido con Shirley Temple. Sólo que la Tsirley siempre fue más mujer.
Con la Tsirley nos hemos dicho y hecho cosas muy, pero muy negras, como acostarnos con nuestros respectivos ex, o desearnos un parto sin cesárea de gemelos siameses. También nos divertiamos mucho yendo de cacería por lindos conejitos que luego degustábamos juntos.-Eso era ANTES, cuando éramos más felices-.
La Tsirley me levantó uno que otro chavo, pero también me presentó a uno de los amores de mi vida, no sé si en un gesto de generosidad o de franca desesperación.
A la Tsirley le quisimos cambiar el nombre a Leobarda, por que no queremos que llegue como Verónica Castro, a los cincuenta y haciendo papeles de quinceañera naca.
La Tsirley consiguió un hombre que no la llena de vestidos de blonda, finísimas pieles y alhajas, pero que en cambio, la sacó de la calle-contra su voluntad, conste-, le dió un apellido y de verdad la quiere.
La Tsirley es incapaz de guardar un secreto; pero en cambio, es bien venenosa. (¿?)
La Tsirley, efímera y vaporosa, cual tul de tutú en un festival de danza moderna, envidiada, deseada, querida y odiada, la Tsirley.
Feliz cumpleaños Tsirley